Si Israel no se empecinara en seguir masacrando a la humilde, sufrida e indefensa población palestina en la Franja de Gaza, el mundo pudiera estar clamando hoy por el fin de otros (también innecesarios) conflictos; por la paz, la hermandad y la cooperación que tanto necesitan los pueblos; por una distribución más justa y equitativa de la riqueza y los recursos naturales, por la mejor preservación del medio ambiente…
Pero con más de 100 000 víctimas desde octubre, entre muertos y heridos (con brutal impacto en niños y mujeres), una población en condiciones de hambruna y bloqueo de medicamentos, lo mínimo aconsejable es elevar voces, unir voluntades, exigir una solución, tal y como ocurre hoy, cuando miles y miles de cubanos colman las principales arterias y plazas en todas las provincias y en el municipio especial Isla de la Juventud.
Gigantesco, multitudinario, el desfile no es –desde luego– el que cada año protagoniza Cuba para festejar el Día Internacional de los Trabajadores, colmado de alegría, de júbilo obrero, de iniciativas, de razones para la celebración.
Esta es una jornada de denuncia, de condena, de consternación y tristeza por tantas víctimas mortales, de indignación frente a la impunidad con que Tel Aviv bombardea, incendia, destruye y mata; de exigencia para que los organismos correspondientes hagan valer el derecho internacional.
Así ha ocurrido durante meses en los que, por igual motivo y con no menos sensibilidad, habitantes de distintas ciudades han expresado idéntico reclamo ante los ojos y oídos de un mundo que abochornaría a la especie humana actual y, sobre todo, a las nuevas generaciones que él engendre mañana, si permaneciera ciego, sordo, mudo e impasible ante un genocidio que, a la luz del lente fotográfico y cinematográfico, puede parecer ciencia ficción. Lamentablemente, es una cruda e inaceptable realidad.
Que sea hoy la oportunidad no despreciable para fundir en un solo grito, a coro, en un puño común, las innumerables frases, gestos y todo el sentimiento de repudio que diariamente brota en el hogar, en el centro de trabajo, en cualquier espacio público, frente a la magnitud de una masacre que, lejos de cesar, cada vez es más infierno, por el modo en que sigue desbordando muertes.
Cuba siente, como en carne propia, el dolor tremendo del pueblo palestino,
al que desea extinguir el Gobierno abusador y criminal de Israel.
Cuba acusa y grita: ¡Basta!